martes, 25 de febrero de 2014

LA INJUSTICIA TIENE SOLUCIÓN Cuento de Óscar Segarra



LA INJUSTICIA TIENE SOLUCIÓN

‹‹Si sueñas das rienda suelta a tus pensamientos, y eso supone un problema para los intereses políticos›› Samuel “El Liberador”

Esto ocurrió hace ya 20 años. Ahora mandamos nosotros, pero no siempre fue así. Hubo alguien al que todos llamaban héroe, que nos hizo creer y saber que España es nuestra.

No recuerdo el momento exacto, pero sé que fue en el año 2019. Ya sólo les faltaba esclavizarnos. El gobierno nos despreciaba, nos odiaba, nos torturaba… Rajoy se llamaba ese hombre que dirigía el país, pero no había nada que hacer contra su voluntad, después de robarnos, adquirió mucho poder. Al empezar el año 2020, nos obligaron a ir, sin decirnos nada, a un cirujano, para una operación muy peligrosa. Si no ibas, venía la policía, te cogía y te llevaba. A veces te golpeaban, y a algunos incluso los mataron por resistirse a ir. Te implantarían un microchip si ibas a la operación. Este microchip estaba situado en la parte posterior del ojo, y controlaba lo que soñabas. Si soñabas, avisaba a la policía, que podía ponerte una multa, golpearte, encarcelarte, o matarte.

La historia de Samuel “El Liberador” comienza cuando le implantaron el microchip. Le enseñaron lo que tenía que hacer para no soñar, tomarse una pastilla con agua antes de irse a dormir. Lo hizo como todo el  mundo, pero tuvo que tomar una decisión el día que fue a la playa, con unos amigos, teniendo veinte años. Allí no solo conoció gente nueva, amigos y demás, no, también conoció a Samanta, su primer amor. Estuvieron horas jugando a voleibol en la playa, bañándose, tomando el sol en la arena… Hasta que cada uno se fue por su lado. Samuel y Samanta se fueron juntos a un acantilado de roca, a unos diez metros de altura, se sentaron y miraron el mar. Se acurrucaron, se susurraron cosas que nadie puede saber, pero seguro fue que de allí salieron satisfechos del día y la compañía que tuvieron. Ese día, llegaron muy cansados todos, y no les hizo ningún bien no acordarse de tomar las pastillas. Esa noche, Samuel soñó con Samanta. La volvió a ver en los acantilados de las rías de Galicia, recordó cada momento, cada segundo después de verla por primera vez. Tardó apenas dos segundos en dormirse y empezar a soñar, por lo que el microchip, avisó en dos segundos a la policía. A las doce y diez aproximadamente, oyó un ruido, y la policía derribó la puerta de su casa.
—¡Alto!¡Policía!— Gritaron los agentes— Queda usted detenido por infringir la ley. Tiene derecho a permanecer en silencio. Todo lo que diga podrá ser utilizado en su contra.
Pasó en una celda oscura y pequeña dos días. Sin luz ni agua ni comida, un frío insoportable, y tuvo que soportar los insultos de los guardias, sin poder defenderse, pues en esa cárcel, si no llevas uniforme, eres menos que las ratas. Cuando salió lo hizo para ir al juzgado, en el que pasó dos horas  media, sin abogado, y del que salió habiendo pagado una multa de 500 euros, cuando el sueldo que tenía por ser camarero era de 460 euros, y cobraba más del salario mínimo. Salió del juzgado con un aviso, si volvía a infringir la ley, sería peor. La primera persona en la que pensó fue en Samanta, a la que visitó para decirle lo que había ocurrido, y hablarle sobre lo que había estado meditando los dos días que estuvo encarcelado. “Yo no voy a vivir así” fue lo que pensó, y lo que le dijo a Samanta.
—No puedes hacer nada, no tienes nada ni nadie que te apoye— le dijo Samanta.
—No— le respondió—, no hay nadie que se atreva a apoyarme. Tienen miedo de lo que pasará, y yo debo hacerles saber la verdad. Lo bueno proviene siempre de lo malo. Si luchan, conseguirán lo que quieren. Si no, nadie del pueblo saldrá ganando.
No tardó mucho en convencerla a ella, y poco después, convenció a cuatro vecinos y sus familias. Al momento fue a ver a sus amigos, a los que también convenció, al igual que a todas las personas que vivían en aquel edificio.
—Ninguno estáis bien viviendo así— les dijo—, y ninguno deberíais permitirlo. No os engañéis, el gobierno sabe por lo que nos están haciendo pasar, lo hacen a propósito, pues para ellos no somos más que un estorbo.
—¿Y qué pasará si te hacemos caso?— Preguntó uno de ellos.
—Depende de cómo me ayudéis— les respondió.
—Las multas son muy altas, no queremos arriesgarnos— dijo la vecina del piso de arriba.
—¿A qué no queréis arriesgaros?— Preguntó Samuel dejándoles en una encrucijada— ¿A una multa, a una paliza o a no poder ser libres? Este país es una cárcel al aire libre. No os pido que me hagáis caso, os pido que no me ignoréis.
Con ese discurso convencieron él, Samanta y varios de sus amigos, familiares, vecinos y más gente que también apoyaba la misma causa, a muchas más personas de Galicia, y pronto, muy pronto, de todas partes de España. La revuelta no fue instantánea, primero eran conversaciones entre amigos lejos de la policía, pero poco a poco, la gene empezó a susurrar con agentes cerca. Después de esto, aproximadamente 2 ó 3 semanas después, la gente dejó de susurrar. Cuando la policía se enteró, suficiente gente fue multada, encarcelada y atacada por agentes, que durante un mes nadie abrió la boca, excepto Samuel. Ahora además de intentar hacer que cada vez más gente se sumara a la causa también les daba consejos para no ser descubiertos. Lo que el gobierno pensó fue que habían sofocado la revuelta, pero no fue así. Otro mes más tarde, la gente no disimulaba tanto, incluso hubo enfrentamientos con la policía, heridos detenidos, fugitivos y cada vez más gente se sumaba a las protestas oportunas. Hasta el día martes 15 de octubre, día conocido como el 15 O en la actualidad, que hubo una manifestación general en más de 20 ciudades a la vez. Y una en Santander, en la que participó y lideró Samuel. Como la policía no les detenía, se tomó la libertad de pronunciar un discurso.
—¡Españoles y españolas! ¡Escuchadme! No tenemos por qué soportar tantos malos tratos. Nos han quitado muchos derechos fundamentales y nos han quitado la libertad incluso para soñar. Sé que no estáis contentos, al igual que lo saben ellos, peor ellos creen que no somos más que sus sirvientes, aunque debería ser al revés. Saben que lo estamos pasando mal, pero les damos igual a todos ellos mientras vivan bien y a todo lujo. Y no es todo. ¿Sabéis por qué nos obligan a no soñar? Porque si sueñas das rienda suelta a tus pensamientos, y eso supone un problema para los intereses políticos. No os equivoquéis ni os dejéis engañar por ellos, pues no sufren ni siquiera enfermedades, nosotros sí. No ven la vida como es, nosotros sí. No les importa nuestra condición,  nosotros sí. ¡Ellos no son España, nosotros sí!
La gente vitoreó esa última frase y los antidisturbios, empezaron a dispersar a los manifestantes. Samuel volvió a casa, y tras visitar a sus padres fue a visitar a Samanta, la persona en quién tenía que soñar despierto pues no podía soñar dormido. Y a ella le contó algo que ya desmadraría el poder político, pues todo lo que él hacía, lo hacía el resto de sus seguidores.
—Samanta— dijo con voz dulce—, esto sólo te lo voy a contar a ti de momento, pues lo hago por ti.
—Dime, te juro que guardaré el secreto— le respondió.
—He hablado con Santiago, el cirujano, y está conmigo. Mañana me quitaré el microchip— esto último asombró a Samanta.‹‹ Está loco, ¿cómo  quiere hacerlo? Es una locura››, pensó Samanta.
—¿Tienes idea de lo que pasará si te pillan?— Le preguntó histérica.
—Sí— respondió Samuel—, que perderán el control sobre el pueblo, pues ellos harán lo mismo.
Pasaron el resto de la noche juntos, meditando sobre la locura que Samuel estaba a punto de realizar, hablando de lo que pensaban, de sus sentimientos, de lo que se querían el uno al otro…
Tal y como dijo, la mañana siguiente fue al cirujano, y empezó la operación. Tardaron unas dos horas en sacar el microchip. Cuando Santiago acabó y le dio de alta, Samanta estaba esperándolo, y juntos se fueron a casa. Ahora podía soñar siempre que quisiera, ahora soñaba con Samanta, y soñaba también con poder seguir soñando y que los demás también puedan hacerlo. Esa noche fue la mejor de su vida. Apenas 24 horas después, Samuel ya había hecho público que se había quitado el microchip, y que ahora era libre. Mucha gente hizo lo mismo, y el gobierno decidió actuar. En la siguiente manifestación, los antidisturbios se abalanzaron contra los manifestantes y durante más de dos horas, policías y ciudadanos se enzarzaron en una pelea que parecía no tener fin. La manifestación terminó con heridos en los dos bandos y muchos detenidos, además de mucho que limpiar. El gobierno decidió ir a por Samuel, y lo que hizo fue brutal.
Sin esperárselo, Samuel oyó voces y pasos acercándose a su puerta, y de repente un militar de élite de estos que buscan y capturan terroristas como Bin Laden entró y lo último que recordó fue caer al suelo después de recibir un golpe en la cabeza.
Cuando despertó, se encontraba en una celda, encadenado de pies y manos y atado con una fría cadena a la pared de hormigón armado. Delante suyo se encontraba un hombre, al que conocía bien, y que no le caía nada bien, el presidente Rajoy. Estaba sentado en una silla en la penumbra, con un cigarro en la boca, con la mirada de desprecio fija en él. Se levantó y se acercó a Samuel, al estar ya cerca de su cara, se sacó el cigarro de la boca y le escupió el humo en la cara. Después miró el cigarro y apretó la parte delantera del cigarro, la que se enciende, en el pecho. Samuel no gritó por no darle una satisfacción, pero no pudo evitar poner cara de dolor, mucho dolor.
—¿Temes a la muerte, Samuel?¿Temes al destino al que te has dirigido?— Le preguntó el presidente con desprecio.
—No— respondió—, pero tú deberías.
—No estás en condiciones de hacerte el duro— dijo levantándose Rajoy—, y menos aquí.
—¿Sabes lo que es el honor?¿Y la valentía?— Preguntó Samuel poniéndose en pie— La definición que vendrá en el diccionario dentro de un año será: lo que le faltó a Rajoy.
—Sí, puede ser. Pero tú no lo verías escrito ni aunque lo pusiera mañana. A las diez de la mañana serás ejecutado en público. Te han traído hasta Madrid para eso. Adiós Samuel, encantado de conocerte— tras esas palabras, abandonó la celda y cerró la verja.
A las diez de la mañana del día siguiente, en la Plaza Mayor de Madrid cientos de personas se habían concentrado allí para ver la ejecución de Samuel, que les enseñó lo que era la libertad y a luchar por ella. Subieron a Samuel al escenario que habían colocado, con un cordón policial alrededor, y lo ataron a un poste de madera que habían colocado en el centro. Poco después subió Rajoy, entre abucheos y pitidos.
—Silencio— dijo—. Hoy estamos aquí para presenciar cómo vuestro ídolo alcanza el destino que marca la ley. Vosotros le habéis seguido, por lo que vuestro destino podría ser el mismo. Os aconsejo que no sigáis el camino que él os mostró. ¿Queréis un consejo? Seguid con vuestra vida normal.
Mientras él hablaba, Samuel intentó encontrar a Samanta, pero no la vio. De repente se dio cuenta de que el presidente había dejado de hablar. Se acercó a él y le dijo:
—¿Unas últimas palabras?— le acercó el micro para que hablase. Sabía que lo hacía para reírse de él y para divertirse. Entonces Samuel habló.
—No sé si me seguiréis— dijo—, pero sabed que me bastó que me siguierais al principio, os doy las gracias. Y recordad, todos, que la maldad es la única enfermedad que nunca tendrá cura— El presidente se alejó y le hizo un gesto de afirmación al jefe de policía que se encontraba junto a dos antidisturbios armados sobre el escenario y este dio la orden: ‹‹¡Preparados!››. Los policías levantaron los rifles y los pusieron horizontales. La siguiente orden fue: ‹‹¡Apunten!››. En ese momento una gran pancarta se elevó de entre la multitud. Sus grandes letras rojas rezaban: ‹‹Honor y valentía: lo que le faltó a Rajoy››. En ese momento supo que Samanta y toda su familia y sus amigos y todos los que le apoyaban estaban allí. También pudo ver en los ojos del presidente una chispa de rabia. Con todo eso y a pesar de estar a punto de morir, ese fue uno de los momentos más gratificantes de su vida. En ese momento el jefe de policía gritó: ‹‹¡Fuego!››. Y los policías siguieron la orden.

Después de eso, todo cambió. El pueblo se reveló, y no fue una guerra civil, sino algo parecido a lo que a principios de 2014 pasó en Ucrania. Al final ganaron y recuperaron todos sus derechos. Samuel adquirió el apodo de “El Liberador” y el día 26 de Agosto se convirtió en el día de la libertad. Todo terminó bien, y Samuel, será recordado, porque al igual que Jesús persiguió una causa, él también. Al igual que Jesús pasó a la historia, él también. Pero al Igual que Jesús murió crucificado, él murió fusilado.


FIN


      Autor: Óscar Segarra López

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